del Libro un llamado a Vivir Richard Baxter



LA PRUEBA DEL PRINCIPIO
Esta es entonces la posición: Dios, el gran dador de la ley, no toma placer
en la muerte del impío, preferiría que se volvieran y vivieran, no obstante ha
determinado que ninguno vivirá excepto aquellos que se vuelvan. Como un juez
justo, se deleita en la justicia, y en la demostración de su odio hacia el pecado,
aunque la miseria la cual los pecadores han traído sobre sí mismos, no le da a El
ningún placer. Todo esto puede ser comprobado en cinco maneras.
Primero, la Biblia deja claro que Dios es maravillosamente misericordioso.
Habla del Señor como: “Misericordioso, piadoso; tardo para la ira y grande en
benignidad y verdad; que guarda la misericordia a millares, y que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado...” (Ex.34:6-7). La misma cosa es señalada
muchas veces en la Biblia y esto debería asegurarle de que Dios no tiene placer
en su condenación.
Segundo, si Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión,
El no le habría mandado tantas veces en su palabra a volverse, ni habría dado
tantos motivos para persuadirle, ni le habría hecho tantas promesas de vida
eterna si se volviera.
Tercero, si Dios tomara más placer en su condenación que en su conversión,
nunca habría comisionado a los ministros del evangelio a recordarle de sus
pecados, a advertirle de su peligro, a ofrecerle la misericordia divina y a enseñarle
el camino de la vida; y a continuar haciéndolo aún cuando son odiados y se
abusa de ellos por las mismas personas a quienes tratan de ayudar. ¿Habría
hecho Dios todo esto si su placer fuera condenarle?
Cuarto, esto es demostrado por la misericordiosa providencia de Dios. Si
Dios hubiera preferido que usted fuera condenado en lugar de convertido y
salvado, El no habría respaldado su Palabra con sus obras. No le habría dado
todas las providencias cotidianas en esta vida, las cuales tienen el propósito de
encaminar su corazón hacia El. La Biblia pregunta directamente, “¿Oh
menosprecias las riquezas de su benignidad, y paciencia y longanimidad,
ignorando que su benignidad te guía a arrepentimiento?” (Rom.2:4) El no
habría tratado de despertarlo castigándole en diferentes ocasiones. El no le
habría esperado pacientemente día tras día y año tras año. Estas no son las
acciones de alguien que tiene placer en su muerte. Si esto hubiera sido el caso,
Dios fácilmente podría haberle arrojado al infierno ya desde hace mucho tiempo.
¿Cuántas veces le pudiera haber arrebatado en medio de sus pecados? Cuando
estabas mintiendo, o siendo arrogante o deshonesto o burlándote de los caminos
de Dios, ¡Cuán fácilmente podría haber detenido tu aliento y haberte despertado
en la eternidad! Cuán fácil es para el todopoderoso atar las manos del mas
malicioso perseguidor, y terminar con la furia de sus enemigos mas encarnizados
y hacerles saber que son gusanos. Dios solamente tiene que fruncir el ceño y
usted caerá en su sepulcro. Si fuera a mandar a sus ángeles a salir y destruir
diez mil pecadores, esto sería hecho en un momento. Cuán fácilmente podría
Dios sacudirlo con dolor y enfermedad y hacerle comer las palabras que usted
ha dicho contra su Palabra, su adoración y sus obras. Entonces usted clamaría
por las oraciones de aquellos que antes despreciaba. Cuán fácilmente podría
hacer que su cuerpo ya no soportara a su alma, cuán fácilmente podría reducir
a la nada su cuerpo, el cual solo quiere satisfacerse aunque ello signifique
desobedecer a Dios. Cuando usted estaba en su peor condición, defendiendo
su pecado y discutiendo con aquellos que le rogaban para que lo dejara, cuán
fácilmente podría haberle arrebatado Dios a la eternidad para enfrentarse con
El en juicio. En ese momento Dios le hubiera preguntado: “Ahora, ¿Qué puede
decir usted contra su creador, su verdad, sus siervos o sus santos caminos?
¿Cuál es el mejor caso que puede presentar para defenderse? ¿Cuál pretexto
puede dar por sus pecados? Dé cuenta de sus pecados, del uso de su tiempo y
de su abuso de mis misericordias”. Si Dios hubiera hecho todo esto, su obstinado
corazón se habría derretido, su orgullo se habría despedazado, y sus arrogantes
palabras se habrían convertido en absoluto silencio o en temerosos gritos. Y
cuán fácilmente podría hacer esto Dios ahora o en cualquier momento. Una sola
palabra de su boca y todos sus facultades presentes se perderían.
Pero Dios no ha hecho nada de esto; al contrario, le ha sostenido paciente
y misericordiosamente. Día tras día le ha dado cada respiración que usted usa
para vivir una vida impía. Le ha dado misericordias las cuales usted ha usado
para satisfacer sus deseos pecaminosos. Le ha dado provisiones las cuales
usted ha usado para satisfacer su propia codicia. Le ha dado cada minuto de
tiempo que usted ha desperdiciado en la flojera y la mundanalidad. ¿No le
enseñan toda esta paciencia, misericordia y provisión, que Dios no toma placer
en su condenación? ¿Puede una vela arder sin cera? ¿Puede una casa mantenerse
si la tierra no la sostiene? Tampoco puede usted vivir ni una sola hora sin el
apoyo de Dios. ¿Y porqué le ha sostenido tanto tiempo, si no es para ver
cuando usted se despertará y se volverá a El para recibir vida eterna? ¿Podría
alguien armar a sus enemigos, o darles luz a aquellos que van a asesinar a sus
hijos, o ayudar a un empleado a jugar o dormirse cuando debería estar
trabajando? Seguramente, la razón por la cual Dios ha sido tan paciente para
con usted, es para darle una oportunidad para volverse a El y vivir.
Quinto, el sufrimiento y la muerte de su Hijo Jesucristo, es prueba de que
Dios no tiene placer en la muerte de los impíos. ¿Habría venido a la tierra y la
divinidad hubiese tomado carne, habría vivido una vida de sufrimiento y muerto
entonces en lugar de los pecadores, llevando el juicio de sus pecados, si prefiriera
su condenación? En Marcos 1:34 nos dice que “sanó a muchos que estaban
enfermos de diversas enfermedades” y en Lucas 6:12 dice que “pasó la noche
orando a Dios”, también en Lucas 22:44, “que oraba más intensamente y era
su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra”. Después de
una vida de servicio, fue muerto en lugar de otros, llevando el castigo el cual
ellos merecieron.
¿Son éstos los actos de alguien que se deleita en la muerte de los impíos?
Todo esto lo hizo a favor de los pecadores. Su sacrificio es suficiente para
todos los pecadores, y usted es un pecador. Sin embargo, nunca fue su intención
salvar a los que no se volvieran a El con arrepentimiento y fe. Una y otra vez
expresó su tristeza por la desobediencia e incredulidad de los hombres. Cuando
fue a Jerusalén por última vez lloró sobre la ciudad y clamó, “¡Jerusalén, Jerusalén
que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces
quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas,
y no quisiste” (Mat.23:37). Aún cuando estaba muriendo en la cruz oró por sus
perseguidores, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Luc.23:34).
¿Son éstas las palabras de alguien cuyo deseo más grande es la muerte de los
impíos, aún aquellos que perecen por su obstinada incredulidad? Cuando leemos,
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que en el cree, no se pierda mas tenga vida eterna”
(Jn.3:16), tenemos toda la evidencia necesaria de que Dios no toma placer

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